Las flores narcóticas de Ladenac, un punto sugerente para elevar la temperatura del hogar

Narcóticas, adictivas o embriagadoras… Hay flores que nos hacen sucumbir no solo por su belleza, sino por su esencia que atrapa y ofusca los sentidos. Algunas amenazadoras, de colores aposemáticos que advierten de su peligrosidad, como la corona de colores vivos del narciso, cuyo absoluto sin embargo es muy utilizado en perfumería por sus acordes verdes y animálicos. Algo tienen algunas especies que nos hacen despertar nuestros sentidos más primarios, como las reinas de la clandestinidad, que despiertan por la noche para embrujar con su aroma, como las flores blancas, que suelen presumir de compartir una molécula: el indol, lo que las hace absolutamente adictivas.

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Algunas arrastran leyendas, como el nardo, repleta de indol, una de las flores blancas más cuestionada –o la amas o la repeles– cuyo aroma estaba prohibido a las muchachas jóvenes porque, según se creía, serían arrastradas por el deseo y la promiscuidad. El oculto secreto de la flor de opio llegó a gestar hasta dos guerras. Narcótica y medicinal a partes iguales, de sus semillas se extrae la morfina (denominada así en referencia a Morpheus, dios griego del sueño, por sus efectos somníferos). Sus alcaloides calman y relajan el sistema nervioso, y su esencia, asociada al deseo por su cariz intoxicante, inspira misticismo y evasión.

Cómo actúan estos aromas en nuestra psique, es algo que escapa del pensamiento racional, despiertan algo primitivo, arcaico, difícil de controlar. Puede que haya sido una de las razones por las que Patrick Douenat, alma mater de la marca de lujo Ladenac, las ha incluido en varias de sus colecciones. Dicen que sus exclusivas velas perfumadas tienen una receta secreta que justifica su exquisitez: la cera de las velas es una mezcla vegetal ultra natural compuesta por soja, coco y manteca de mango, con mecha de algodón 100% de lenta combustión, elaboradas con maestría por la mítica cerería Vila Hermanos, en el valle de Albaida (Valencia).

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Envasadas en recipientes de cerámica valenciana, porcelana fina o vidrio soplado a mano, estos pequeños tesoros olfativos de forma silenciosa se terminan convirtiendo en pebeteros para sacralizar el estado de ánimo. La mezcla aromática hace el resto, compuesta con la materia prima de la mejor calidad proveniente de Grasse –la cuna del perfume–, asegura atmósferas a medida de nuestras pretensiones. Las flores narcóticas son una excelente vía para atemperar emociones y subir la chispa de almas letárgicas. Flor de Narciso, cuyo nombre deriva de la palabra griega ναρκὰο, narkào (narcótico), exhala el olor penetrante y embriagante de esta especie botánica.

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Lotus Sacré está imbuida del carácter místico y acuático de una de las flores más misteriosas que emerge del lodo para mostrar su extraordinaria belleza. Fleur Blanche, al igual que Lotus Sacré, pertenecientes a la colección Royale de porcelana fina y líneas cocoon, inmortaliza la fugacidad del momento, como la noche, el instante de máximo apogeo de las flores más veneradas en perfumería. Monoi Oud, pertenece a la colección Origami de líneas papirofléxicas, rezuma el aroma de la Nagarmotha, de matiz amaderado y ligeramente picante, del ylang-ylang, el monoï, y el jazmín, que junto a la sensualidad del coco y del sándalo, crean un perfume totalmente adictivo.